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Realidad y Rehabilitación en la Psicoterapia Focalizada en la Transferencia
al objeto y una actitud benévola por su parte hacia el self. Obviamente esta CI posee estrecha relación con la mentaliza-
ción y la función reflexiva y exige una evaluación correcta de la realidad externa (incluyendo la realidad vincular) e interna
(mundo interno del sujeto). Es bien conocido que los pacientes con organización borderline de personalidad tienen difi-
cultades para desarrollar una CI, tendiendo a percibir intenciones negativas en el objeto. Esa CI tiene mayor complejidad
de la aparente. Cuando el objeto muestra actitudes positivas o cuando menos neutrales hacia el self sería saludable que
el sujeto pudiera desarrollar una CI pero, además deberíamos distinguir entre la actitud o intención que se atribuye al ob-
jeto y el carácter beneficioso o perjudicial de aquello que el objeto nos propone. Fonagy (2024) utiliza en este sentido dos
conceptos para cubrir ambos terrenos. Uno, la idea de Confianza Interpersonal que acabamos de describir y otro la de
“Confianza Epistémica”, que podría equivaler a la capacidad de atribuir valor positivo no al otro en sí sino a sus propuestas.
Sin embargo, en mi opinión se tiende a fusionar demasiado estos dos conceptos sin reconocer el diferente nivel madu-
rativo de la personalidad del sujeto que implica el desarrollo saludable de ambos aspectos de la confianza en el contexto
interpersonal. Es interesante también recoger aquí el señalamiento que Fonagy hace (2024) de la “credulidad” o extensión
excesiva de la confianza y el de “apatía hacia la realidad” que se da cuando la persona renuncia al esfuerzo de distinguir lo
verdadero de lo falso. Es tentador aplicar esta última idea a muchas actitudes sociales en nuestros días cuando autorida-
des diversas difunden el mensaje de que existen “verdades alternativas” y “pos-verdades”.
Una persona con suficiente madurez es capaz de distinguir entre la intención y la propuesta concreta. Esquemáticamente,
podríamos señalar un primer nivel: la posibilidad de desarrollar CI ante un objeto que se muestra positivo hacia nosotros.
En un segundo nivel el sujeto debería ser capaz de considerar positivamente una propuesta realizada por un objeto ante
quien desarrollamos CI. En ese momento la persona es ya capaz de diferenciar entre intenciones y propuestas del objeto.
En el tercer nivel, que requiere un mayor grado de madurez, la persona sería capaz de considerar positivamente una pro-
puesta lanzada por un objeto ante quien no hemos desarrollado CI. Por ello, no se trata simplemente de mostrar confian-
za interpersonal ante un objeto radicalmente bueno, cuidador y disponible, sino de avanzar hasta distinguir intenciones
y propuestas y llegar a un punto en el que nuestra capacidad evaluadora es tal que podemos incluso admitir que alguna
de las propuestas desde objetos que no nos despiertan confianza pueden ser idóneas para nosotros. Todo este proceso
requiere una enorme finura para distinguir la realidad de la ilusión, tanto a nivel externo como interno
Podríamos aplicar aquí la famosa frase de San Anselmo de Canterbury “Credo ut intelligam” o “creo a fin de entender”
que fuera del contexto religioso implicaría otorgar la confianza epistémica a quienquiera que despertara nuestra confian-
za interpersonal. Parecería una manera más bien infantil (o limítrofe) de afrontar las complejidades del encuentro inter-
personal. El desarrollo implicaría renunciar a escuchas críticas de otro en quien podemos confiar pero que puede estar
equivocado y proponernos algo que nos perjudica. A un nivel colectivo, este desarrollo supone renunciar a un pastor que
nos dirija y abrazar la incertidumbre, el riesgo y el temor como elementos consustanciales a la existencia humana. Pero no
olvidemos que la fe compartida aporta una dosis importante de cálida fraternidad y una identidad poderosa. Creo, luego
pertenezco.
En el fondo las psicoterapias dirigidas a las personas con patología limítrofe y especialmente la TFP propician el movimien-
to del individuo hacia la ampliación del marco de libertad en el que vive, aceptando las certezas que antes señalábamos y
también las inevitables incertidumbres. Y ello, consustancial a una vida plena, implica riesgo. Riesgo de equivocarnos en la
atribución de positividad a la disposición del otro y riesgo paralelo de errar en la valoración de las propuestas, dañinas o be-
neficiosas, de nuestros interlocutores. La evitación del riesgo implica el aislamiento temeroso o el refugio, consciente total
o parcialmente, en visiones unilaterales, extremas y esquemáticas del otro y del sí-mismo, eludiendo la compleja realidad.
Realidad e identidad
Desde el modelo TFP se considera la difusión de identidad (Kernberg 2006) como el núcleo central de la patología de per-
sonalidad severa. Podemos definir este concepto como la capacidad para sostener en el mundo interno representaciones
del objeto (el otro en la jerga psicoanalítica) y del self integradas, es decir que contienen de forma armónica aspectos
negativos y positivos. Un niño, o un adulto con una organización patológica de personalidad percibe a los demás y a sí
mismo a partir de idealizaciones absolutas o de devaluaciones completas. Un adulto sano es capaz de percibir en el otro
una amalgama de virtudes y defectos que configuran a las personas reales, y también en sí mismo. Basta para examinar
este aspecto pedir al entrevistado que se describa con la mayor naturalidad a sí mismo, o a una persona vinculada afecti-
vamente a él, y en seguida veremos desplegada esta capacidad hasta donde le es posible al sujeto. Merece la pena señalar
que esta capacidad es completamente ajena al nivel educativo y cultural. La cultura aporta adjetivos, pero no salud.
La construcción de la identidad podemos examinarla a varios niveles. En el más profundo podemos ver las díadas objeta-
les fundamentales que determinan la posición en la que el individuo sitúa a su interlocutor y a sí mismo en cada encuen-
tro. Esta configuración es inconsciente, pero puede ser captada examinando los vínculos que la persona vive. A un nivel
más superficial y accesible a la exploración podemos distinguir dos grupos de factores muy diferentes. En primer lugar,
aquellos aspectos que conforman nuestra herencia, nuestro patrimonio, lo que se nos entrega en el nacimiento y los muy
primeros años, un conjunto de características que definen a la persona y que son ajenos a su voluntad y sus acciones.
Son elementos somáticos como el cuerpo y su genética y elementos psicosociales como la lengua, la religión, o la tradición
cultural, sobre los que el sujeto no tiene poder de decisión alguno. En segundo lugar, podemos señalar lo realizado, la
“performance”, todo lo relativo a las decisiones de la persona, sus acciones, todo aquello que es fruto de su voluntad. Ahí
se engloban tanto las relaciones que se construyen y las actividades que se llevan a cabo y se expresan por ejemplo en la
profesión o las tareas que el individuo desempeña. La identidad global se apoya en ambos pilares, lo recibido y lo realiza-
do. En situaciones de crisis personal y sobre todo social, la vivencia de poseer una identidad suficientemente valiosa se va
deslizando cada vez más hacia lo recibido, hacia aquello que nadie nos puede arrebatar. De ahí que en períodos como el
actual florezcan mensajes políticos y sociales radicales que ponen el acento en los aspectos originarios: raza, sexo, religión,
Rehabilitación Psicosocial - Volumen 20 nº 2 - Julio - Diciembre 2024 63