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Larizgoitia-Jauregi
Introducción
El modelo social de la “discapacidad” propone un
ideal de integración de la persona en la sociedad, e
identifica problemas que dificultan alcanzar este
objetivo. Desde esta perspectiva, la “discapacidad” no
es un atributo de la persona que la sufre (alguien “no es su “actividad” y “participación”. Una de sus
discapacitado”), sino el producto de varias condiciones,
muchas de ellas propias del entorno social en que vive
(alguien “está discapacitado”).
La “discapacidad” se refiere a las “limitaciones en la
actividad o restricción en la participación” que alguien
presenta en comparación al funcionamiento
normalmente esperado. Al hablar de “funcionamiento”,
hacemos referencia a dimensiones de la vida en las
que vemos cómo alguien funciona. Hablamos de sus
estructuras y funciones corporales (anatómicas,
fisiológicas y psicológicas: ver, oír, comer, dormir), de hacen posible la inclusión social: educación, empleo,
la actividad que realiza (trabajar, estudiar), y de su
grado de participación (cómo se involucra en las
situaciones). En todas estas dimensiones podemos ver
“limitaciones” y/o “restricciones” que determinan una
“discapacidad”.
Ambos, “funcionamiento” y “discapacidad”, son
resultado de la interacción de diferentes factores: de
un lado las “condiciones de salud” (enfermedades,
trastornos) de la persona, de otro, el “contexto” en el
que vive. En este último, el contexto, debemos
distinguir a su vez entre factores “personales”
(aspectos del individuo y su estilo de vida: aficiones,
costumbres) y “ambientales” (externos al individuo,
afectan a su “funcionamiento”: a su participación en la
sociedad, a su capacidad, o a sus estructuras y
funciones corporales). Todos estos elementos,
interactúan unos con otros (constituyen un sistema),
por lo que la intervención sobre uno de ellos tienen el
potencial de modificar uno o más de los otros
elementos1.
La experiencia de las personas con discapacidad
relativa a la salud mental es la de un “funcionamiento”
no satisfactorio, resultado de la interacción de los
factores arriba señalados. Juan Carlos Casal miembro
de la Asociación Alonso Quijano, y afectado por
discapacidad mental escribe: “Los problemas de salud
mental a veces nos impiden ser felices, trabajar,
estudiar e incluso hacer las actividades básicas de la
vida diaria. Nos cuesta estar motivados, tener iniciativa iniciativas en el uso del tiempo libre, y ampliar su red
y mantener las actividades. Nos lleva a perder
relaciones sociales. Tenemos síntomas de angustia,
alucinaciones, delirios, pensamientos obsesivos y
conductas impulsivas. Padecemos de obesidad,
diabetes y de hipertensión. Tenemos conflictos
familiares. Aunque todos tenemos los mismos
derechos, aún hay un notable déficit de participación
social y de acceso a los apoyos necesarios para
disfrutar de una vida autónoma e independiente. Son
26 Rehabilitación Psicosocial 2015; 12(1): 25-33
un problema añadido muy importante los prejuicios
hacia la locura y hacia el colectivo, el estigma se suma
a la restricción en la participación social”2.
El estigma, aportado por el “entorno”, es la etiqueta
negativa colocada sobre la persona que sufre
discapacidad por su salud mental y que refuerza otras
“limitaciones” y “restricciones”, también del “entorno” a
consecuencias es el propio autoestigma, en que la
persona asume los prejuicios sociales como
verdaderos y pierden la confianza en su recuperación y
en sus capacidades para llevar una vida normalizada y
se autodiscrimina. Surgen sentimientos de culpabilidad
y de vergüenza que le llevan al aislamiento y soledad, y
tienden a ocultar su enfermedad para evitar el rechazo
de las demás. Tienen dificultades para encontrar pareja
y también para mantener e iniciar relaciones de
amistad. Su propio auto-rechazo limita sus
oportunidades de participación en los ámbitos que
ocio…3
El “ocio”, elemento clave de la experiencia vital1, está
ligado normalmente a ideas de: relaciones,
satisfacción, no rutina, nuevas experiencias. Para las
personas con discapacidad por su salud mental, sin
embargo, se une a la idea de problema, debido a un
exceso de tiempo libre (no trabajo, jornadas vacías).
Desde la perspectiva de la rehabilitación psicosocial
se busca lograr “oportunidades de recuperación,
bienestar, lazos de amistad, mejora de la calidad de
vida” proponiendo intervenciones dirigidas a mantener
y/o recuperar las capacidades para realizar
“actividades”. Este enfoque de ocio terapéutico
propone que la “experiencia del ocio” es el medio para
la recuperación capacidades, y tiende a crear recursos
de ocio específicos para personas con discapacidad
por su salud mental. Son recursos caracterizados por:
el intervenir individualmente respetando capacidades y
gustos, el fomentar la independencia y la capacidad de
decisión de cada uno, y la implicación de los
profesionales en reducir las barreras a la participación
en actividades de ocio normalizadas. La metodología
en cada caso, viene determinada por el análisis de las
capacidades, necesidades e intereses de los
participantes, así como por los recursos comunitarios.
El resultado es un “funcionamiento” más normalizado;
el usuario encuentra aquí alternativas para la
integración, puede ejercitar su capacidad de tomar
social. Sin embargo, los recursos específicos y
segregados vienen a favorecer la consolidación de
estereotipos estigmatizadores sobre las personas con
discapacidad por su salud mental; además, la práctica
en muchas ocasiones corre el riesgo de ser la de un
ocio donde el usuario apenas decide nada y la
presencia del profesional es permanente, en grupos