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Juan Carlos Rodríguez-Miguel

riotipos negativos relacionados con este rótulo, el       poder sobre otras, ocupando los roles de guardianes y
individuo afectado espera ser rechazado, despreciado      convictos. El experimento, que tuvo que ser suspendi-
o discriminado»7. Esta situación perjudica seriamen-      do, demostró el grado de deshumanización que en poco
te las posibilidades de recuperación de los usuarios y    tiempo habían adquirido los guardianes, algo que se
atenta contra su calidad de vida.                         denominó «el efecto lucifer»11. Las conclusiones que
                                                          obtuvo el experimento giraron entorno a cómo los sis-
   Al no ver al enfermo como un todo, al obviar la        temas y, dentro de los mismos, unas variables situacio-
visión holística de la persona, se niega a la misma per-  nales concretas, pueden modificar la conducta de la
sona y además se le niega ser. Esta distorsión en la      persona o el grupo imponiéndose a su voluntad, posi-
visión del usuario, esta conceptualización errónea bajo   bilitando el surgimiento de actos de deshumanización.
el halo exclusivamente de la enfermedad desacredita
cualquier proceso de recuperación que se pretenda            Evidentemente los servicios residenciales se dife-
poner en marcha, pues favorece el estigma y, a través     rencian mucho de una cárcel, al igual que el sistema
del mismo, la deshumanización de la persona por parte     penitenciario se diferencia del de salud mental, pero
del profesional. Es bueno aclarar que cuando se habla     los roles guardián y convicto, salvando las enormes
de deshumanización, no se quiere decir que «las cuali-    diferencias, guardan un cierto símil con los roles pro-
dades humanas se pierdan por completo, sino más bien      fesional y «enfermo mental», sobre todo si pensamos
que se inhiben, se silencian o se deterioran»8 con res-   en el poder que pueden ejercer los primeros sobre los
pecto al usuario.                                         segundos.

   Se podrían argüir múltiples razones para explicar          A quien no le parezca convincente este ejemplo,
esta situación, pero dos aparecen en primera línea. La    puede buscar cualquier otro, ya no como experimento
primera tiene que ver con el propio tipo de enfermedad    sino como realidad, en ciertos casos de abusos, de todo
que, en algunos casos, degenera a la persona hasta per-   tipo, que aparecen recogidos en la prensa y que tienen
der socialmente cualquier viso de «normalidad», lo        como protagonistas a profesionales de centros residen-
que disminuye la empatía y favorece el estigma. La        ciales de muy diversa índole dentro de lo social. Este
sociedad y la cultura, al imponer patrones que en gene-   tipo de casos son una minoría o por lo menos son pocos
ral se adoptan como más o menos correctos, fomentan       los que salen a la luz pública, pero sin llegar a ese extre-
un cierto reduccionismo hacia lo «distinto», respal-      mo hay que dejar claro que no es necesario vejar a una
dando estereotipos erróneos, «como la culpa, la peli-     persona para deshumanizarla, porque simplemente
grosidad y la incompetencia»9 de las personas con         reducirla a una mera enfermedad ya lo es.
enfermedad mental, que al convertirse en prejuicios
favorecen no sólo la discriminación sino también el       Praxis profesionales deficitarias
autoestigma.
                                                             El ámbito de lo social es un mundo en el que no cabe
   Ni siquiera la formación académica acaba con este      la indiferencia. En el caso concreto de los centros resi-
reduccionismo en cuanto a los patrones de entendi-        denciales que atienden a personas con enfermedad
miento respecto a los otros. Por eso, aunque la expe-     mental ocurre lo mismo. El trabajo que se desarrolla no
riencia y la formación académica ayuden a cambiar los     deja indiferente o por lo menos no debería hacerlo. Tal
parámetros cognitivos hacia la enfermedad mental y las    vez sea ésta la máxima distinción entre unos profesio-
personas con enfermedad mental, no son siempre sufi-      nales u otros.
cientes, necesitándose habilidades personales que favo-
rezcan la verdadera humanización y el respeto de la          La labor que se desarrolla en los servicios residencia-
persona. Habilidades que, por desgracia, no están pre-    les requiere de un gran compromiso y entrega respecto
sentes en todos los profesionales de los servicios resi-  a las personas sobre las que recae su labor. Por tanto,
denciales.                                                este tipo de trabajos no son o no debieran ser empleos
                                                          de conveniencia o de supervivencia. Sin embargo, exis-
   En segundo lugar hay que volver a incidir en cómo      ten «profesionales» que llegan desde esas perspectivas
el hecho de tener el control sobre una persona, de estar  y se acomodan en el mero cumplimiento de sus tareas
por encima de ella, teniendo y mostrando cierto poder     desde una cierta frialdad e indiferencia hacia las perso-
y autoridad sobre la misma, favorece ampliamente su       nas con las que trabajan.
deshumanización por parte del profesional. Los usua-
rios serían percibidos, por algunos profesionales «como      La existencia en el desempeño laboral de esos con-
carentes de sensibilidad, sentimientos o derechos bási-   travalores produce que se den con mayor facilidad los
cos. (…) Fallan a la hora de verlos como seres humanos    dos errores o fallas anteriormente comentados, así
con sus necesidades, deseos, ilusiones y esperanzas»10.   como que la persona usuaria del servicio vea reducidas
                                                          de una manera drástica sus posibilidades de recupera-
   Un ejemplo clásico sobre estas situaciones de poder    ción y que se produzca un efecto contagio entre el resto
y deshumanización sería el experimento de la              de profesionales.
Universidad de Stanford, realizado por Philip
Zimbardo en 1971, que otorgaba a personas normales

48 Rehabilitación Psicosocial 2010; 7 (1 y 2): 45-52
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