Page 327 - GUIA DE INTERVENCION FAMILAR EN LA ESQUIZOFRENIA
P. 327

actuación. La esperanza es uno de estos elementos.

Concluye el autor, con una propuesta a modo de guía de actuación como si dicha guía fuera expresada por
usuarios o cuidadores:

       •	 No quiero saber lo que entiende o sabe usted acerca del problema.

       •	 No quiero saber lo que desea usted que suceda, o lo que desea usted que yo haga. Quiero saber lo que
             va a trabajar y a hacer al respecto.

       •	 No quiero solamente sus palabras amables. Quiero, sobre todo, su fuerza para hacer un verdadero
             cambio.

VIII.1.9.3 CONCLUSIONES

En 2001, le diagnostican a la cantante, compositora y actriz, Mariah Carey (1970) un trastorno bipolar. Para ella
fue la peor de las tragedias, y pensaba que si alguien se enteraba de ello su carrera se iba a desmoronar para
siempre. Ese año, además, lanzó su primera película y fue un fracaso total. Mariah intentó seguir adelante. Los
éxitos volvieron, pero ella no se encontraba bien. Y realizó esta declaración: “Busqué y recibí tratamiento, puse
a personas positivas a mi alrededor y volví a hacer lo que amo; escribir canciones y hacer música” (entrevista
revista People). Y añadía: “Tengo la esperanza de que llegue un momento en que no pese más el estigma sobre
las personas que tienen que atravesar por algo así, ellas solas. Puede ser increíblemente aislante. No tiene que
definirte y yo me niego a que me defina o me controle”.

En diciembre de 2016, se produjo el fallecimiento de la actriz Carrie Frances Fisher, la recordada princesa Leia de
la saga “Stars Wars”. Ella había declarado: “Padezco un trastorno bipolar. Puedo decirlo, no me avergüenzo. He
sobrevivido a ello, todavía sobrevivo, pero lo sobrellevo”.

Quizás, en estas declaraciones se pueda condensar lo que significa el proceso de recuperación de una persona
con TMG: reconocer la enfermedad, superar el estigma, especialmente el autoestigma, y tratar de que interfiera
lo menos posible en su vida. Pero en ambas declaraciones, se añade un matiz importante; la necesidad de ayuda
y apoyos. Carrie Frances Fisher, lo expresaba así: “Reconocer la gravedad de padecer un trastorno mental y
ayudar a las personas que lo padecen a obtener una asistencia de calidad es la mejor manera de luchar contra
el estigma”.

Y es desde aquí, donde se pretende encuadrar esta reflexión final y conclusiones sobre el concepto y enfoque
de recuperación. Cabe afirmar, en total consonancia con lo señalado por Shepherd et al. (2008) que las personas
“no se recuperan solas”, y que la recuperación consiste en: “Una reformulación del propio proyecto de vida que
se aleja de la patología y la enfermedad, y se acerca a la salud, la fortaleza y el bienestar”. Por ello, el proceso
de recuperación está estrechamente relacionado con los procesos de inclusión social y con la capacidad de
disfrutar de un rol social, con sentido de utilidad y de pertenencia al medio comunitario en el que se vive.

Por tanto, la perspectiva de usuarios/as y familiares, será un elemento central. Pero igualmente, la participación
y apoyo de los profesionales, y la forma en que se articule la atención a la salud mental en los distintos
ámbitos asistenciales, será determinante en este proceso de recuperación de los usuarios/as ¿tal vez clientes?
¿consumidores? ¿supervivientes? Al respecto, Uriarte y Vallespi (2017). Cabría preguntarse, en la línea propuesta
por Braslow (2013), si este modelo de recuperación que se expande tras el proceso de “descomposición” de la
antigua atención asilar psiquiátrica, de la desinstitucionalización y de la “revolución farmacológica”, no comparte
también algunas de las características y elementos que condujeron precisamente a dicha desinstitucionalización
o nueva era psicofarmacológica.

El autor se pregunta, sobre si el propio concepto y modelo de recuperación se justifican exclusivamente por el
impacto de los movimientos actuales y énfasis en la dignidad del usuario/a, sus derechos y autonomía. O podría
justificarse también, por el auge de las críticas al campo psiquiátrico, a sus orientaciones más biológicas y a los
tratamientos psicofarmacológicos.

Y cabría preguntarse también, si los esfuerzos profesionales por cambiar la “metáfora conceptual” de su discurso
y por evitar o incluso modificar las etiquetas diagnósticas, ha influido de alguna manera en la disminución o
erradicación del estigma social asociado al TMG. La antigua huella de la enfermedad mental y su consideración
“demoníaca” parece, en cierta forma, seguir presente en la actualidad.

La íntima relación del modelo actual de recuperación, con la esperanza hacia el futuro, va a ser el elemento clave
que debe alentar y guiar la actuación profesional. Luchar contra el estigma social de la enfermedad mental es un
proceso, un camino. Al igual que lo son, la recuperación y el empoderamiento de los usuarios/as y sus familiares.
Para concluir, y aunque su obra esté fundamentalmente orientada hacia el oficio político, y se aleje bastante del
ámbito de la salud mental, cabría recordar la cita de Maquiavelo (1469-1527): “La promesa pasada incumplida

Guía de intervención familiar en la esquizofrenia  327
   322   323   324   325   326   327   328   329   330   331   332