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Baldor-Tubet et al
entre los propios miembros del grupo, como con otros
iguales.
Con respecto a la metodología de trabajo, se
deberían llevar a cabo varias adaptaciones para
ajustarse a las características particulares de este
subgrupo. Así, la mayor parte de los usuarios en esta
franja de edad muestran muchas reticencias a llevar a
cabo “ensayos de conducta” u otras técnicas
comúnmente utilizadas en los entrenamientos de
habilidades sociales, por lo que se pueden introducir
variaciones que puedan resultarles más atractivas y,
por tanto, que les faciliten el aprendizaje de las
mismas. Entre dichas variaciones, la técnica del
modelado, que comúnmente es llevada a cabo
mediante la ejecución correcta de la habilidad por parte
de los terapeutas, se puede llevar a cabo mediante el
visionado de una selección de vídeos de series
juveniles de éxito donde se puede observar tanto la
ejecución correcta como la incorrecta de la
competencia a entrenar. En cuanto al acercamiento
progresivo a la realización de “role-playings”, se
pueden llevar a cabo ejercicios con tarjetas donde cada
uno de los usuarios escriba de forma anónima alguna
situación que le resulte difícil resolver de tal manera
que cualquier compañero pueda seleccionar al azar
una tarjeta con el problema definido en el mismo y
proponer alternativas de solución, consistiendo la labor
de los terapeutas en facilitar la puesta en marcha de las se ha alcanzado o bien porque se han detectado en el
alternativas propuestas en la misma sesión y acercarse
así a la realización de “ensayos de conducta” con el
consiguiente feedback tanto por parte de las terapeutas
como de los otros compañeros. También se puede
hacer uso de ejercicios más dinámicos para facilitar la
disminución del “miedo escénico” y favorecer la
capacidad de posicionarse con respecto al tema que se
esté tratando (por ejemplo, en alguno de estos
ejercicios los participantes podrían trasladarse a
diferentes puntos de la sala en función de su elección
con respecto a las alternativas que se propongan, y en
otros podrían pasarse una pelota entre ellos para darle
el turno de palabra a un compañero).
Habría que señalar, además, que, para evitar la
interrupción brusca del grupo durante el período estival, buena línea base tras la correspondiente evaluación
se podría fomentar el contacto entre los diferentes
miembros del mismo mediante la realización de
actividades de ocio conjuntas, ajustadas a su edad e
incompatibles con el consumo de tóxicos.
Por último, y en cuanto a la evaluación pre y
postgrupo, se deberían utilizar varios instrumentos
especialmente dirigidos a este grupo de población,
tales como la Escala de Funcionamiento Social (SFS-
AI), de Birchwood, Smith y cols. (1990), la Escala de
Estigma Interno de Enfermedad Mental (ISMI), de
Ritsher, Otilingam y Grajales (2003), y registros tanto
del consumo de tóxicos como de la realización de
actividades de ocio no estructuradas y de integración
53 Rehabilitación Psicosocial 2014; 11(1): 46-57
en recursos de ocio comunitarios, así como de la red
social.
Discusión
Las modalidades de entrenamiento en habilidades
sociales expuestas reflejan la importancia de ajustar los
programas al uso con el fin de adaptarse a las
características particulares de las diferentes
subpoblaciones de usuarios de los recursos de
rehabilitación psicosocial con las que se interviene en
cada momento, con el fin de que cualquiera de ellos
pueda beneficiarse de aquellos elementos de los
programas de entrenamiento que más necesite para
conseguir cumplir con sus objetivos de normalización,
autonomía y calidad de vida. Esto último pasa por la
necesidad, igualmente importante, de seleccionar
grupos lo suficientemente homogéneos para maximizar
los resultados de los programas. Esta selección
debería realizarse en función de las competencias
sociales que presenta cada usuario, y que deben ser
evaluadas de forma exhaustiva, preferentemente
mediante la observación en medios lo más naturales
posibles y su consiguiente registro.
Además, se deben establecer desde el primer
momento tanto los objetivos generales del grupo como
los de cada uno de los miembros en particular. Estos
objetivos se pueden ir ajustando a medida que
transcurre el entrenamiento, bien porque algún objetivo
proceso de evaluación continua nuevas conductas a
entrenar. Además, en todas y cada una de las sesiones
debe atenderse al mismo tiempo tanto a los objetivos
generales como a los específicos establecidos, con la
dificultad que esto entraña. Y por último, aunque no
menos importante, resultaría imprescindible implicar a
los usuarios en el establecimiento de los objetivos,
tanto generales como específicos, de tal manera que
resulten significativos para ellos y aumentar así su
motivación para participar en el grupo y, por tanto, las
probabilidades de generalización de las conductas
aprendidas.
Teniendo en cuenta lo anterior, con respecto al primer
grupo planteado, es de vital importancia establecer una
con el fin de medir los avances, dadas las
características de las habilidades que se van a
entrenar, fundamentalmente componentes topográficos
básicos de las competencias verbales, no verbales y
paraverbales. Así, por ejemplo, si un usuario presenta
una latencia de respuesta alta, un contacto ocular
pobre y respuestas verbales cortas, habría que
especificar exactamente los tiempos de respuesta, de
contacto ocular y de número de palabras incluidas en
sus respuestas, para poder establecer una buena línea
base e ir midiendo periódicamente sus progresos, tanto
en la sesión como fuera de la misma, e ir reforzándolos